¿POR QUÉ OPOSITAR?

Pues yo os voy a contar mi caso. 

Para mí no fue nada fácil tomar la decisión, puesto que suponía salir de mi zona de confort. Todos tenemos en mente refranes del tipo “más vale pájaro en mano que ciento volante” o gente tóxica alrededor que te desincentiva. Tomar la decisión de opositar es como dar un salto al vacío. Por eso, hasta que no me ví “obligada” a ello no me atreví.

Mis padres son funcionarios. Siempre he tenido idealizado el hecho de trabajar todos los días hasta las 15:00, disponiendo de toda la tarde libre. La posibilidad de conciliar la vida profesional y la familiar no es muy común en el sector privado. Resulta que la empresa más progresista en la actualidad (salvo alguna excepción) es la empresa pública.

Empecé a trabajar muy joven en un despacho de abogados. Los primeros años molaba porque aunque las condiciones económicas y horarias eran pésimas, cada día era un nuevo reto, un nuevo aprendizaje. Mi entorno más próximo en edad estudiaba y yo hacía las dos cosas. Tenía algo que contar interesante a diario. No me paraba a pensar si las condiciones eran justas o no. 

Entretanto, había ocasiones (cuando no recibía una palmadita en la espalda por esfuerzos desmedidos, o sí la recibía, pero no se recompensaba ni económicamente ni en tiempo libre) en las que tenía dudas. Dudas muy serias acerca de hacia donde estaba yendo. Si los pasos que estaba dando me acercaban o no a la idea que tenía de vida. No quiero decir que lo tuviera todo planificado, pero bueno, sí tenía en mente formar una familia en el futuro. Busqué ayuda en mi entorno e incluso, hice coaching para aprender a ser más justa conmigo misma. Terminé mi carrera (Derecho y ADE) y empecé a ejercer como abogada en la misma empresa.

En cuanto finalicé los estudios, mis prioridades cambiaron radicalmente. Empecé a sopesar si las condiciones me compensaban, si era o no realmente feliz profesionalmente hablando. Siempre he creído que ser feliz en el trabajo es esencial para ser feliz en el resto de tu vida, pues si no lo eres, hay un desequilibrio y tu rueda de felicidad no gira. 

Mi salud se empezaba a resentir. La ansiedad era mi día a día. Iba corriendo a todas partes y lo que al inicio era un “juego” se empezó a convertir en una pesadilla: taquicardias, insomnio, discusiones con la familia de verdad (la de sangre que te quiere y la que eliges en forma de amistad), y otros sustos que no vienen al caso, pero que fueron la gota que colmó el vaso. Había sido incoherente entre lo que pensaba, lo que decía y lo que hacía.

Mi largo camino duró 10 años.

Un día me levanté y lo supe. Era el momento de decir “¡basta!” a tantos años de silencio. Así nunca iba a ser feliz. Y cuidado que estoy convencida de que hay gente que disfruta con ese ritmo. Pero también ese ritmo suele venir recompensado económicamente, si no lo estaba ¿por qué estaba desperdiciando mi vida? ¿A qué tenía miedo?

Opositar implicaba dejar de percibir ingresos, y por tanto, hacer muuuuuuuchas cuentas con mi pareja.

Hace un año y medio fui valiente. Conseguí ser asertiva, respetar mis límites y dejar a un lado las creencias limitantes que me hacían sentir inútil si apostaba por otra salida.

Apretándonos el cinturón con apoyo familiar, me puse manos a la obra. Puedo decir que ahora mismo estoy en el inicio del camino para conseguir mi plaza. Soy feliz. La ansiedad desapareció y fui mami. He tenido un pequeño parón por la maternidad y puedo decir que estoy a un paso más cerca de mi plaza.

A la pregunta de ¿por qué opositar? Tengo una respuesta clara: Porque me hace feliz. Y tú, ¿por qué opositas?

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